En plena revolución digital, la ansiedad parece ser un mal de nuestros tiempos. Todo tiene que ser ya, ahora, rápido. La tecnología nos ha aportado mucho; acorta distancias, agiliza la comunicación, la simplifica. Pero también nos brinda, quizás, más información de la que tenemos posibilidad de asimilar con tranquilidad. Y todo eso, tal vez sea los que nos hace más intolerantes y ansiosos. Lo cierto es que como a todos nos pasa lo mismo en mayor o menor medida, todos estamos atados a esta vorágine. Nos acostamos cansados y nos levantamos cansados. Corremos para todo. Y de repente decimos: “¿Cómo llegué a esta estado? ¡Paren el tren que me quiero bajar!!!”. Pero el tren sigue.
Me acuerdo cuando era chica y tenía la ansiedad de llegar algún lugar, o de hacer algo ya, mi madre siempre me decía: “Aprende a tener paciencia, porque si te gana la ansiedad corres más riesgos de equivocarte, todo llega”. Años y años enseñándome esa frase para que hoy todos vivamos ansiosos, que contrariedad. Por eso ella no se equivocaba; así que insisto con emplear su técnica de “tener paciencia” aunque debo confesar, por momentos creo que no está en mi naturaleza.
Se dice sobre la paciencia o la perseverancia que es la actitud que lleva al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades. De acuerdo con la tradición filosófica, “es la constancia valerosa que se opone al mal, y a pesar de lo que sufra el hombre no se deja dominar por él”. Aristóteles en sus Éticas alude a esa virtud como equilibrio entre las emociones externas o punto medio: la metriopatía. Con ella conseguimos sobreponernos a las emociones fuertes generadas por las desgracias o aflicciones. Para ello es necesario un entrenamiento práctico ante del asedio de los dolores y tristezas de la vida. Otros dicen que la paciencia es un rasgo de la personalidad madura. Es la virtud de quienes saben sufrir y tolerar las contrariedades con fortaleza y sin lamentarse. Esto hace que las personas que tengan paciencia sepan esperar con calma a que las cosas sucedan, ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno hay que darles tiempo. Encontrar en nosotros mismos esta virtud puede llevarnos a vivir más tranquilos. Además, puede colaborar a corrernos del difícil lugar en que a veces nos ponemos de pensar que todo depende de nosotros y así darle el espacio a los demás para que puedan hacer. Solo es cuestión de confiar en el otro y de tener paciencia que, me decía mi madre, “tarde o temprano, todo llega”.
Revista Psicología Positiva- Mes Agosto
Tamara Herraiz.(Directora)